Todo lo de afuera es un murmullo. Enciendo luces como un fiel que prende velas en templos vacíos. El espacio se comienza a difractar, se tuerce en un misterio sin llave. Camino entre las cosas, entre los muebles, con sus perfumes de vida y de muerte. Qué diferencia hay entre la araña que habita las esquinas del dormitorio y mi cuerpo. Una sola afirmación aúna la materia: existir.
No hay cantos que apropien lo hueco, lo intangible. Las musas rodean lo inalcanzable, lo tergiversan hasta hacerlo una parodia de su realidad. Las musas también enferman, cambian, maduran y huyen a los precipicios de lo negado. Entre mis dedos se deshacen las palabras, los recuerdos y las lágrimas. La transitoriedad limpia al espíritu de sus nombres, lo vuelve etéreo. Un globo huyendo hacia los cielos y un niño que llora ante la pérdida de lo mágico. Un retorno que nunca se concreta. Un solo curso empuja el agua: devenir.
Cuerpos que excretan y mutan emociones, ideas, afectos. Tantas obras exhibe la galería del recuerdo. Las admiramos, las queremos recuperar. He ahí la trampa. Todo recuerdo es un fósil cuyos ojos ya no observan más que un reflejo muerto. La negativa tienta al corazón, convida una dosis de olvido, promete redimir con esquemas que deforman la experiencia, tiñéndola de colores que le son ajenos. Enciendo el lavarropas y el tambor comienza su danza. En esas prendas estuve yo y ahora las miro desde el otro lado de la compuerta, girando eternamente, reeditándose como si la mugre que se aferra a ellas fuese lo indeseable. Esa mugre es mi firma, la prueba viva de que mi cuerpo se adueñó de esas telas. Las telas se reafirman en su existencia, la mugre se fuga en el agua que arrastra el devenir. Mis ojos, faros de mi cuerpo, se rinden ante la inevitable reinvención de aquellas prendas y por consiguiente, sufren ante la anulación del pasado. Una sola prenda permanece inalterable, rebelándose ante todos los principios: el olvido.
>> Home