
Domingo
El domingo hay elecciones. Se vota con nervios, esperanza y amargura. Con un nudo en el estómago y con orgullo.
Llegaron los vientos del norte con un candidato psicótico, que endulza a los decepcionados con su histrionismo, su goce violento y narrativa simplista. “Las cosas están mal por los parásitos del Estado, zurdos empobrecedores que viven de los impuestos que vos pagás con tu esfuerzo”. La receta mágica es sencilla: dolarizar y privatizar absolutamente todo. Hasta un niño lo entendería. Cuando le cuestionan cómo ejecutaría su plan y cómo puede asegurar su efectividad, empiezan las piruetas retóricas, las referencias a estadísticas que repite como un mantra y abstracciones teóricas que en su ausencia de ejemplos concretos resultan infalibles.
Su vice defiende genocidas. Quiere condecorar a los tipos que robaron bebés, que gozaron picaneando pibes y pibas, viéndolos sangrar, sufrir y morir. Los quiere dejar dormir en sus camas como si no hubiesen hecho nada malo.
Sus votantes son mixtos. Adolescentes que aspiran a enriquecerse fácil y rápidamente mediante cripto-timba, emprendeurismo y arrogancia (la única cosa en la que realmente son ricos). Adultos decepcionados con los pocos resultados de un gobierno que prometía revertir los atropellos macristas y que sólo pudo sostener los aspectos más básicos sin espacio para un crecimiento económico. Liberales ortodoxos, derechistas de manual y antiperonistas, bolsa de gatos en la que los medios vienen trabajando hace dos décadas para siempre agrandar un poquito más. Y no te sorprendas si ves trabajadores estatales, docentes o médicos de instituciones públicas que dicen con orgullo que van a votar al delirante, tal es el encanto de identificarse mediante la negativa cuando no hay identificación positiva posible (tampoco nos sorprendamos si cuando caigan en que el delirio se los lleva puestos a ellos, resulta que fueron traicionados, pero nunca que estuvieron equivocados).
Sus oponentes somos aún más variados. Peronistas, progresistas, izquierdistas, radicales lúcidos, disidencias, “swifties”. En fin, de todo un poco. Sabemos que si gana, va a causar estragos. Algunos piensan que va a ser como Macri, otros como Menem, otros como Martinez de Hoz. Algunos lo asocian a Trump o Bolsonaro. Ninguna de esas comparaciones avecina algo bueno.
El miedo
Mucha gente tiene miedo por diversos motivos: miedo a perder el trabajo, miedo a perder derechos, miedo a ser amedrentado ante una escalada de violencia legitimada institucionalmente, miedo a ver sus ahorros pulverizados, miedo a vivir en una sociedad más intolerante y agresiva. Y creo que ahí yace parte de la trampa.
Pensá en un tipo frustrado. El tipo se frustra porque quiere y no tiene. Quiere trabajo y no consigue. Consigue y es un trabajo de mierda. Quiere guita y no le alcanza. Le alcanza y ahora quiere más. Quiere minas y no engancha. Engancha alguna pero le aburre.
El tipo quiere y no sabe qué mierda quiere, pero lo quiere igual y lo quiere ahora. El tipo, el pibe, la señora, el viejo, la tía; todos quieren y no tienen.
Con Cristina no andaban mal, pero querían un poco más. Pensaban que no tenían un poco más porque el gobierno era corrupto o ineficiente. Le decían a sus hijos que se venía un cambio y por fin se iban los K.
Llegó el cambio y se los llevó puestos. No le sacaron ganancias, le subieron los impuestos, no bajó la inflación y subió el dolar. Los ministros volaban como chispitas y si el problema era la corrupción, mejor no hablar de los Panamá Papers, la AFI persecutoria, Santiago Maldonado, los sobreseimientos del Correo Argentino y la bicicleta financiera.
Querían recuperar lo perdido y votaron a Alberto. Alberto quiso, pero no pudo. Quiso expropiar Vicentín pero no pudo porque en realidad no nos convenía. Quiso dialogar con la oposición y Clarín pero pobrecito no le dieron bola. Quiso comenzar la guerra contra la inflación, pero el que terminó desinflado fue él. Quiso ser presidente, pero terminó siendo prescindible.
Entonces… ¿Massa o Milei?
Y el frustrado acá se vuelve una incógnita.
¿Se toma la pastillita psicotrópica de Milei y flashea con que volar el peso, el Banco Central, los zurdos y la casta, sus fantasías frustradas se cumplen? Probablemente no, pero qué divertido ver a todos los que le fallaron llorando en el piso, eh. Y encima esos forros ahora tienen miedo del tipo que va a votar, que por extensión es miedo a lo que él puede hacer, a su poder (muajaja).
O entra al cuarto oscuro y sale con un sobre vacío, sintiendo la conformidad interna de que son todos una mierda y antes que votar entre más de lo mismo y un delirante que quiere romper todo, prefiere votar aire, sintiendo la ilusión de que con eso se distancia de un proceso político ineludible que quiera o no va a influir su vida los próximos 4 años.
O quizás todo tiene un límite y por más frustración que tenga, votar a un psicótico con una vice negacionista es una línea que no se puede cruzar y más vale votar a más de lo mismo.
También seamos optimistas y pensemos que algunos frustrados se pusieron contentos cuando entraron en el home banking y vieron que ¡les devolvieron el IVA!
El deseo o “¿Sueñan los argentinos con dólares volando?”
Qué carajo es un dolar. En serio, pensalo. Qué mierda es un papel verde impreso en el Banco Central yanqui a comparación de un papel impreso en nuestro Banco Central. Es una ilusión. El verde se puede cambiar por más cosas que el naranjita nuestro. O sea que si cambiamos nuestros papeles por sus papeles, mágicamente vamos a ser mucho más ricos que antes. ¿Tiene sentido? No. Pero para miles de argentinos el sentido no está en la lógica, está en el deseo. Quiero y no tengo, pero si gana el loco ese quizás tenga dólares aunque sea, y el dolar vale más que lo que tengo. Así de baja está la vara.
¿Qué carajo moldea el deseo de un pueblo igual? ¿Cómo un colectivo de personas de todas las edades, regiones, creencias y realidades socio-económicas puede desarrollar un deseo coincidente que permita una convivencia armoniosa y un gobierno con un rumbo consensuado y eficiente? Porque en definitiva, votamos teniendo en cuenta lo que queremos y lo que no queremos. Votamos proyectando que nuestro candidato va a definir las coordenadas en las que vamos a poder desenvolvernos con mayor libertad, bienestar y fruición. Y eso no implica que uno vota ciega o infantilmente. Ningún candidato puede brindarnos utopías, porque ninguna sociedad consiste de un rebaño que se mueve en una única dirección. Todas las coincidencias de nuestro deseo individual con el de quienes nos rodean, construyen una comunidad más o menos armoniosa.
¿Pero cómo se delimita el deseo de una comunidad tan grande y heterogénea?
Ni idea che, ya se hizo tarde y me voy a dormir. Lo que sí sé es que el domingo votamos y no sé qué mierda va a pasar, pero sea lo que se venga, lo voy a enfrentar con mi familia, mis amigos, mis proyectos y siempre con esperanza, porque lo que más quise tener, ya lo tengo.
Viva Perón.
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