El canto de los grillos no implica más que un ostinato nocturno. La verdadera música se forma en la conjunción de ese aleteo sonoro con las propias palabras y silencios. Es fácil ignorar que el entorno en donde estamos sumidos es un crescendo incesante hasta el sueño o la muerte. La orquesta es la vida y los instrumentos, el lenguaje.
Por eso
Son las palabras ajenas las que a uno lo elevan y lo rescatan de la parálisis. Son las risas, los enigmas que se esparcen en la mesa del living, en los sillones. Es la historia de esas personas, cuyos derroteros nos recuerdan que no estamos solos. Por supuesto que no. Uno tiende a olvidar la importancia vital de la belleza en la existencia. La belleza son esas palabras, esos conjuros que nos arrastran a cuerpos ajenos, a vivir con otros ojos. Es la anécdota de un retorno a casa ebrio de alegría, el arma que intentó dispararnos en esas épocas de marea roja, las canciones que sonaban al tropezarnos con la violencia del amor.
Todos esos lenguajes, entremezclados, en forma de imágenes, melodías, relatos; componiendo redes de símbolos que determinan lo que somos, lo que fuimos, lo que aspiramos a ser. No hay tiempo ni espacio sin lenguaje y no hay belleza sin lenguaje. Pero sin belleza, no hay vida que valga.
Entonces:
El canto de los grillos
me ha llegado hoy
me ha hecho quien soy
La luna enciende las luces planetarias
los caminos silenciosos
dibujan destinos
Por eso
hay lágrimas en mis ojos
Por eso
todo brilla